Diecisiete minutos se tarda en acceder al corazón de la mina de Santa Cruz del Sil (León) donde siete mineros llevan 25 días encerrados.
Tres mil metros de piedra y carbón es lo que les separa de sus
familias, que suelen ocupar la boca de la galería. Desde allí pueden al
menos hablar un par de veces al día con ellos por teléfono. La zona
donde están encerrados es la entrada de una antigua galería que ellos
mismos han acondicionado para hacerlo un sitio más habitable. Plásticos y
traviesas de madera sirven de aislante de la corriente y la humedad.
Este espacio en el que pasan casi todo el día tiene aproximadamente 40
metros cuadrados. En el centro hay una mesa, alrededor de la cual tratan
de llevar una vida normal. Comen, juegan a las cartas, leen la prensa y
debaten sobre multitud de temas, aunque uno predomina sobre el resto:
el conflicto de la minería. Uno de ellos, Alfredo González, dice que el
compañerismo del grupo les ayuda mucho. “Nos llevamos muy bien los
siete. Hasta ahora no hemos tenido ningún roce. Aquí eso es crucial para
convivir y mantener la moral alta”.
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